Prólogo
En días en los que los debates, tanto en el discurso público como en la esfera de lo privado, giran en torno a cómo será la “nueva normalidad” que llegará una vez que la crisis provocada por el COVID-19 sea solo un recuerdo, Martina y Pablo proponen una pausa para hacerse una pregunta más profunda y desafiante: ¿qué queremos rescatar de la “vieja normalidad” y por qué querríamos volver a ella? ¿Qué ansiamos de un presente en el que nuestros teléfonos celulares mezclaron nuestro trabajo con nuestra vida familiar y con el placer? ¿Qué tiene de atractiva una existencia en la que el tiempo se nos diluye viendo stories de Instagram, corriendo detrás del último hashtag para entender qué es cierto y qué es falso en una noticia o sintiendo desesperación porque una imagen vista al pasar nos adelantó sin remedio el final de la serie de la que todo el mundo habla?
Mientras muchas personas creímos, no sin ingenuidad, que la pandemia iba a poner a la realidad en pausa —o, al menos, entre paréntesis—, las horas de encierro se volvieron días; los días, semanas, y las semanas, meses: nada se detuvo, sino que todo se aceleró y complejizó. El mismo caos que reunía en nuestro smartphone todos los aspectos de nuestra vida se materializó en nuestra casa, que de golpe se volvió oficina, escuela, sala de cine y punto de encuentro con amigos y familiares. Como la vieja maldición gitana que signaba a vivir “tiempos interesantes” como un castigo, estamos atravesando días históricos e inéditos en un sentido muy profundo.
El politólogo estadounidense Bernard Harcourt dice en su libro Exposed que vivimos en una sociedad de exposición que mejoró y superó la caja negra kafkiana de El proceso y el Gran Hermano orwelliano de 1984. Mientras que ambas piezas literarias suelen ser citadas para graficar el monitoreo constante y extendido de nuestras vidas por parte de fuerzas de seguridad, el Estado y las corporaciones, hoy parecen haber caído en desuso, porque el objetivo de los poderosos era aplastar y erradicar el deseo. En la actualidad, en cambio, es precisamente a través de nuestras pasiones, deseos e intereses que nos hemos convertido en transparentes para las autoridades, nuestros jefes y clientes, las corporaciones privadas y los medios de comunicación.
“No, no vivimos en un mundo orwelliano soso. Vivimos en un mundo digital hermoso, colorido, estimulante, que está enchufado, enlazado, en línea y conectado al wifi. Un mundo rico, brillante, vibrante, lleno de pasión y de disfrute, medios a través de los cuales nos revelamos y nos convertimos en virtualmente transparentes”, escribió Harcourt. La tensión entre la promesa de libertad que aún parecen encerrar los avances tecnológicos y el uso que termina teniendo es constante y dolorosa. Cuando Martina y Pablo proponen repensar a nuestro teléfono inteligente como un “centro de comando vital”, están justamente apuntando a la necesidad de replantear las bases mismas con las que nos pensamos en relación con los dispositivos y las herramientas, un paso fundamental para dejar atrás lo peor de la “vieja normalidad” y encarar con mayor franqueza y sinceridad lo que vendrá.
Pero Cómo domar tus pantallas no se queda en la mera descripción de la coyuntura en la que fue escrito, sino que trata de explicarla y elevarse por encima de ella para acompañar el recorrido de cada persona que se siente a leerlo. Estos “tiempos interesantes” que nos tocan vivir no pueden ser entendidos si no se comprende la tecnología que nos rodea y que forma parte vital de nuestra vida cotidiana en todos sus aspectos: laboral, personal, familiar y cívica.
Al igual que en La fábrica de tiempo, aquí no solo hay una batería de consejos, técnicas y herramientas, sino que todas estas son presentadas en un formato amable y apto para los tiempos que corren: aquellas personas que sean más metódicas podrán tomarlo como un taller, avanzando de lección en lección y haciendo los ejercicios, y los más lúdicos irán salteando sus páginas movidos por su curiosidad e intriga.
En 2017 Sebastián Campanario definió a Martina y Pablo como “sommeliers de la productividad personal” en su prólogo a La fábrica de tiempo, y la fórmula aún sigue siendo tan vigente como acertada: entre tus manos tenés un libro honesto, realista y que no cae ni en fórmulas facilistas ni en programas de acción imposibles de realizar. Nos tocaron vivir tiempos interesantes: Cómo domar tus pantallas es un buen camino para evitar que sea una maldición.
TOMÁS BALMACEDA
1. Bienestar digital en la era remota
La manera en que pasamos nuestro tiempo define quiénes somos.1
Mientras comenzábamos a entender cómo domar las pantallas, la pandemia de mayor impacto de los últimos cien años aceleró los cambios en la manera de trabajar y de vivir. ¿Cómo lograr un bienestar digital en un mundo donde el trabajo remoto crece sin freno? ¿Cómo me “desconecto” si el trabajo vive en la misma pantalla en la que hablo con mi familia y mis amigos? ¿Cómo trazamos nuevos límites entre el trabajo, el descanso y el ocio con estos nuevos modos de interacción que estamos empezando a construir? En ese contexto, lograr enfocarse es más que nunca un superpoder y con este libro vas a tener muchas herramientas para lograrlo.
Existe consenso global, con matices en el grado del cambio, acerca de que el trabajo será cada vez más remoto y digital. Por ejemplo, varias empresas de alto perfil como Siemens, Google, PayPal, Shopify, Facebook y más han anunciado políticas de trabajo remoto permanentes o a largo plazo. El fundador de Microsoft, Bill Gates, prevé que los viajes de negocios se reducirán a la mitad y que más de un tercio de las horas de oficina dejarán de existir. Lo que para muchos puede parecer una buena noticia, entre otras razones para evitar viajes y tener una mayor flexibilidad en el uso del tiempo, otros lo verán como el presagio de algo que vivieron durante las cuarentenas de COVID: trabajar en una era hiperconectada y remota genera grandes desafíos no solo para quienes tuvieron que quedarse en el hogar y aprender nuevos hábitos, sino también para los que siguen desplazándose a sus trabajos y deben interactuar con otros a la distancia. Todos necesitamos consejos y herramientas para aprender a domar las pantallas cuidando dónde ponemos nuestra atención y cómo invertimos nuestro tiempo.
El impacto de las plataformas digitales en nuestras vidas, las nuevas habilidades necesarias para el trabajo y los conocimientos digitales para hacer un uso crítico e intencional de la tecnología son algunos de los temas que hoy absorben a la sociedad. No es poca cosa. Hasta hace muy pocos años no se nos hubiera ocurrido pensar que necesitábamos un plan para mediar saludablemente con un mundo conectado. Pero el año 2020 aceleró las preguntas.
Recrear ese bienestar digital y mejorar tu organización en general en la era remota son los principales focos de Cómo domar tus pantallas. Si leíste nuestro primer libro, La fábrica de tiempo, verás que este nuevo volumen está escrito en profunda conexión con aquel, en la forma de un libro-taller que permite el trabajo personal sobre cada capítulo a través de información, ejemplos y ejercicios. En La fábrica de tiempo nos preguntamos por el uso de nuestro tiempo y aprendimos a priorizar, a hacer foco y a planificar con metas claras. Ahora te proponemos un paso más. Una era interconectada requiere un plan de bienestar digital para trabajar y vivir mejor. Con el trabajo remoto o híbrido que adoptarán muchas industrias, crecerán la autonomía y flexibilidad, pero también aumentarán los desafíos para lograr un balance entre todas nuestras obligaciones e intereses.
Una vez más, no escribimos desde la postura de expertos o gurúes. Escribimos como personas que, al igual que nuestros lectores y quienes nos siguen en nuestras charlas y podcasts, lidian con la adicción a las pantallas, que tienen muchos proyectos a la vez, que deben coordinar a diario las múltiples necesidades y los horarios de un hogar y sus integrantes. Como vos, manejamos a través de nuestro teléfono móvil (podríamos sincerarnos y llamarlo “centro de comando vital”) infinidad de temas laborales y también personales. Después de escribir La fábrica de tiempo, desde hace casi cuatro años, y ya en contacto con ustedes a través de redes y charlas, estamos profundizando nuestra investigación sobre los principales hallazgos, métodos e ideas para pensar esta era remota con nuestro desarrollo y bienestar digital en el centro. Nos queda claro que tenemos que tomarnos un tiempo para pensar más en profundidad nuestra relación con las pantallas para poder retomar el control sobre ellas.
Cómo domar tus pantallas es una nueva caja de herramientas, pensada en capítulos que también podés leer salteados o por partes, para aprender a entender las necesidades del contexto laboral y digital actual, domar a la tecnología y lograr armar un ambiente de trabajo y desarrollo personal sustentable que te sirva a largo plazo. Para eso, empecemos por conocer el contexto del cual partimos.
En busca del bienestar digital
En un escenario laboral global en plena digitalización, al terminar el año 2020, 4700 millones de personas contaban con acceso a internet. Se espera que en los próximos seis años el número escale hasta los 6000 millones de personas, quienes, con la llegada de la tecnología de conectividad 5G, podrían navegar a velocidades hasta diez veces mayores a la experiencia más rápida actual, según datos de la International Telecommunication Union (UTI), agencia de las Naciones Unidas. Con más de dos décadas conectados, más de quince años con celulares inteligentes y con internet avanzando en los aspectos más diversos de nuestra vida, la incidencia de su impacto en nuestras costumbres, profesiones y salud es el centro de un cuerpo creciente de investigaciones que advierten sobre la necesidad de reflexionar y generar un entorno más sano en esa conectividad, para muchos, permanente. Lo que se busca es una tecnología más humana con foco en el bienestar digital de las personas.
De hecho, los mismos usuarios nos encontramos muchas veces atrapados en un uso que advertimos nocivo, pero que no sabemos cómo modificar: la protección de datos personales, el consumo y la difusión de información falsa, el uso excesivo de redes sociales, la conexión permanente, la ansiedad son algunos de los temas que saltan del mundo digital con un impacto real en nuestra calidad de vida y nuestras relaciones. Entre 2019 y 2020, la agenda de bienestar digital salió del nicho tecnológico y todos los distintos actores de la sociedad hoy tienen un rol en su diseño, con intereses que, por momentos, se contraponen.
Pero ¿a qué nos referimos exactamente cuando hablamos de bienestar digital? En 2019, un grupo de 32 científicos, académicos e investigadores de la industria se reunieron en la conferencia Computer Human Interaction (CHI) en Glasgow, Escocia, en torno a un taller sobre diseño para el bienestar digital con la pregunta esencial: ¿qué es el bienestar digital?2
Todos estuvieron de acuerdo en que se trata de mucho más que el tiempo que pasamos usando pantallas y propusieron una definición acotada y otra amplia:
“Es la medida en que una persona percibe que el uso de sus dispositivos digitales está alineado con sus objetivos a largo plazo”.
“Incluye dominios de bienestar psicológico (satisfacción con la vida), educación, comunidad, salud, trabajo, medioambiente y seguridad (por ejemplo, accidentes de tráfico)”.
Nos gustan ambas definiciones y nos animamos a pensar una nosotros que abarque todo lo que queremos trabajar en este libro referido a tu bienestar digital:
El bienestar digital requiere un plan de uso intencional, consciente, crítico y equilibrado de la tecnología como herramienta para alcanzar nuestros diferentes objetivos.
¿Cómo sabemos si estamos usando la tecnología de una manera saludable? Además de las distintas emociones que sentimos al usarla, existen algunos modelos que nos pueden ayudar a recrear este uso intencional y saludable.
Dorian Peters, miembro del Leverhulme Centre for the Future of Intelligence, desarrolló un modelo con diferentes esferas de la experiencia del usuario para medir o dar pistas sobre cómo nos sentimos al usar la tecnología3. El modelo se llama METUX (por motivation, engagement and thriving in user experience, es decir, motivación, compromiso y prosperidad en la experiencia del usuario) y une la teoría psicológica de la autodeterminación (self-determination theory o SDT) con la práctica del diseño tecnológico. METUX se puede utilizar para evaluar tecnologías con respecto al impacto en el bienestar y se centra en la premisa, respaldada por la psicología, de que el bienestar psicológico humano está mediado por tres dimensiones clave:
- Autonomía. Tener sentido de agencia, actuar de acuerdo con metas y valores propios.
- Competencia. Percibirse capaz y eficaz.
- Relación. Sentirse conectado con los demás, con sentido de pertenencia.
Reconociendo el bienestar digital
Al momento de usar las distintas pantallas, accedés a los contenidos e interacciones de las que sos parte a través de ellas.
- ¿Sentís que su uso está alineado con tus metas y valores? ¿Sentís que decidís libremente lo que hacés a través de ellas?
- ¿Te sentís conforme con tu entendimiento sobre cómo usarlas y de su funcionamiento?
- ¿Sentís que te conectan con otros? ¿Te sentís parte de la conversación? ¿Encontrás sentido en el uso que hacés?
Como te adelantamos en La fábrica de tiempo, Tristan Harris es quien lidera esta conversación a nivel global y lo hace con el convencimiento del converso. Ex diseñador especializado en ética de aplicaciones de Google, es el fundador del movimiento Time Well Spent y de la organización Center for Humane Technology (CHT), focalizados en la evangelización sobre los peligros que entraña la manera en que están construidas las actuales plataformas sociales y en pos del desarrollo de una tecnología más humana.
Según Harris y su equipo, sobre quienes profundizaremos en el capítulo 2, lo que estamos viviendo es “una cacofonía de tecnologías extractivas que generan una degradación humana” (human downgrading), y es este el momento de refundar la manera en la que nos relacionamos con ellas, a través de la modificación de su diseño4. En septiembre de 2020 su hipótesis se hizo conocida fuera del mundillo tecnológico con la publicación del documental The Social Dilemma (El dilema de las redes sociales), paradójicamente difundido globalmente vía Netflix, y en el que él, junto con muchos de los hacedores de la tecnología que nos atrapa (todos ellos, hoy, “arrepentidos”), explican en detalle su aversión a lo que consideran “una técnica de fracking —extracción— de atención” que nos esclaviza.
Analizamos el documental —publicado mientras estábamos en pleno proceso de escritura de este libro— y creemos que uno de sus grandes logros por estar presente en una plataforma tan masiva es haber puesto al bienestar digital en la mesa de conversación con amigos, en familia y haber alentado a muchos a reflexionar, por primera vez, sobre cómo están creadas las tecnologías que nos “enganchan”.
Sin embargo, esperábamos un enfoque más propositivo de modos de conexión más saludables, que hiciera foco en los incentivos regenerativos de la atención humana para la construcción de la tecnología, que también son líneas que Harris ha trabajado desde su centro5. Volveremos a este punto en el capítulo que viene, en el que presentaremos las distintas voces que están pensando el tema.
Trabajo y conexión en la era pospandemia: el experimento COVID-19
Hasta antes de la pandemia, Guillermo Cruces, doctor en economía de London School of Economics, investigador del CONICET y profesor de las universidades Di Tella y Nottingham, se identificaba como un tecnooptimista, o al menos no como un apocalíptico de lo que el avance de la tecnología podría ocasionar en el trabajo de las personas. “Los últimos milenios nos demuestran que eventualmente nos reconvertimos y nos adaptamos como trabajadores a las nuevas realidades tecnológicas, y que las ganancias de productividad incrementan los niveles de vida de nuestras sociedades. La teoría económica también evolucionó para acomodar fenómenos dinámicos más complejos: muchas de las predicciones se basan en viejos modelos que consideran al mercado de trabajo como un juego de suma cero, donde un robot (o un inmigrante, o un call center offshore; los argumentos son similares) desplaza para siempre al trabajador al que reemplaza”, nos dijo sobre el nuevo escenario global.
David Autor, especialista del Massachusetts Institute of Technology (MIT), se pregunta por qué se mantiene aún hoy un gran número de puestos a pesar del crecimiento de la automatización en el mercado de trabajo. Este fenómeno sustituye trabajo, pero, como señala Autor, “los periodistas tienden a exagerar la sustitución de máquinas por humanos, y a ignorar las fuertes complementariedades entre automatización y trabajo que aumentan la productividad, los ingresos y la demanda de trabajo”.
Sin embargo, el punto de vista relativamente optimista se basaba en una transición no abrupta hacia una nueva estructura productiva. “La difusión gradual del cambio tecnológico y de sus efectos permitirían compensar a los perdedores y acomodarlos paulatinamente de cara al futuro. La pandemia precipitó una serie de cambios que, si bien inexorables, no esperábamos que fueran tan abruptos: desde el teletrabajo, que puede considerarse como una forma de automatización, al rápido crecimiento de las ventas online, y a la adopción de robots por cuestiones sanitarias”, explica. En segundo lugar, Cruces señala que también los trabajadores de menores ingresos tienden a concentrarse en profesiones y tareas menos susceptibles al teletrabajo y la distancia social requerida para su seguridad. “Si bien muchos de estos empleos estuvieron en pausa, es probable que presenciemos un nivel histórico de histéresis (cuando un efecto no se revierte una vez que desaparecen sus causas), con una recuperación de trabajos mucho menor a la cantidad que se destruyó”, reflexiona Cruces.
Más allá del panorama sombrío, el académico cree que hay razones para tener cierta esperanza. “La aceleración del cambio tecnológico debería también traer beneficios de productividad palpables en el mediano plazo. Ello no quita la perspectiva de que los severos efectos de la crisis tendrán consecuencias permanentes. Si argumentábamos antes de la pandemia que teníamos que dedicar nuestra energía a aprovechar las oportunidades del cambio tecnológico y a pensar en una transformación productiva inclusiva, el presente nos llama a pensar políticas de mitigación y contención mucho más urgentes y amplias de lo que esperábamos”, cierra.
Trabajo de manera remota desde hace más de quince años. El desafío y el gozo mutan en cada etapa de mi vida. Pasé del desorden total al pleno goce y en el medio por todos los grises posibles. Creo que nada es más difícil que entender la autonomía, la organización y la búsqueda de mejora constante que esta modalidad requiere. Siento que la calidad de mi vida es mejor así, y cuando siento que me falta algo de lo que genera un trabajo de oficina o una redacción, algo de lo ligado a la pertenencia a un grupo o de camaradería cotidiana, impulso esos espacios que valoro, fomento y visito para cargarme de la energía colectiva. También hoy valoro como nunca tener un contexto físico que me ayuda a aumentar mi bienestar digital en casa e invertí recursos y tiempo en armar un espacio de trabajo con plantas, arte, luz natural y una puerta que cerrar. No hay un solo día en que no lo disfrute y aproveche. En 2020 me encontré dando, desde mi cuartito del Gran Buenos Aires, cursos para asistentes de dieciséis países. No deja de maravillarme esta posibilidad.
Durante muchos años, más de una década, combiné un trabajo en relación de dependencia de ocho horas en distintas oficinas (que fueron cambiando a medida que yo decidía cambiar de trabajo o simplemente por mudanza de la organización) con una serie de actividades free lance, entre las que dar clases en universidades se llevaba buena parte del tiempo. Si bien manejar eso más una vida personal con mucha actividad ya era un arte, el año 2020 me demostró lo que significa realmente adaptarse.
De un día para el otro, literalmente (lunes 16 de marzo de 2020, en mi caso), y por más de ocho meses, hasta que pude volver por unas horas a una oficina, mis días se volvieron cien por ciento remotos. Y ahí, más que nunca, lo que siempre decimos con Martu sobre el hecho de que somos un laboratorio —porque probamos nosotros mismos aquello que estudiamos y les contamos a los demás— se hizo aún más real. Días investigando para el libro y para nuestra vida personal (¿o habrá sido al revés?) ayudaron a escribir mucho de lo que encuentran acá desde un lugar muy cercano.
Es notorio también el movimiento demográfico que se está experimentando en muchos países, incluida la Argentina, donde las personas se mudan a pueblos más tranquilos, barrios más económicos e incluso a otros países, manteniendo el trabajo con la modalidad de locación by choice: el empleado puede decidir desde dónde trabajar. El lugar geográfico de residencia comienza a ser una variable móvil. Por ejemplo, según un informe de Zillow, una empresa dedicada al manejo de bases de datos de bienes raíces, durante 2020 en San Francisco y Nueva York los valores inmobiliarios cayeron un 5%. En Argentina, ese mismo año, la Fundación Es Vicis, que promueve el repoblamiento rural, recibió diez veces más consultas para migrar a pueblos que en los meses previos a la pandemia. Según datos de Zonaprop, a partir de junio de 2020 crecieron 60% las búsquedas para alquiler y 51% para venta en el interior del país. Municipios como el de Pinamar, San Antonio de Areco, Pergamino, Tandil, Sierra de la Ventana, entre otros, reaccionaron rápido promoviendo planes de migración hacia estas ciudades. Entre las provincias más consultadas y que están recibiendo a “ex turistas” que buscan establecer allí sus residencias se hallan Córdoba, Mendoza, San Luis, Misiones, Neuquén y Río Negro.
Impacto digital
En su nuevo libro Cambia todo porque todo cambia (2020), Leticia Gasca, fundadora de la organización Shaping the Future of Work y del laboratorio Skills Agility, explica que ciertos individuos que ya se encontraban más excluidos del sistema —por ejemplo, personas con discapacidades— tendrán la posibilidad de acceder a más puestos locales y globales, pero también se verán afectados los perfiles que no se adapten a los cambios digitales, quienes no tengan acceso a la tecnología y adultos mayores, entre otros.
Otro impacto potencialmente negativo del trabajo a distancia que se está viendo en varios países del mundo es, según Gasca, el crecimiento de la aplicación de software de vigilancia sobre los empleados y las vulnerabilidades en software de comunicación. Una de las aristas para pensar el bienestar digital, entonces, es cuál es el rol de la tecnología en nuestros modos de trabajo, quién decide sobre eso y qué impacto pueden tener en nuestro derecho a la privacidad. “Se acentuarán nuevos dilemas éticos de privacidad con el avance de tecnologías de vigilancia y biométricas y habrá que velar por el derecho a la desconexión”, detalla Gasca.
Por su lado, en lo que respecta al fenómeno de la automatización, acelerado en esta era remota, se sabe que es algo que sucede en ráfagas en momentos de crisis, como resultado de estos shocks económicos. Un estudio de la Universidad de British Columbia, que analiza tres grandes recesiones de los últimos treinta años, arroja que el 88% de los trabajos que se perdieron son los menos calificados y fácilmente automatizables. La era pospandemia llega con desafíos para repensar cómo hacemos nuestro trabajo y cómo reentrenamos nuestras habilidades para una digitalización creciente que requerirá una plasticidad de aprendizaje extrema. Según la directora de Skills Agility, otra dinámica que ya empezó a cambiar son los viajes cortos de trabajo para reuniones o presentaciones. “Las tecnologías han avanzado, con videollamadas de cien o más personas
