Trilogía de la Fundación

Isaac Asimov

Fragmento

PRIMERA PARTE

LOS PSICOHISTORIADORES

5

1

HARI SELDON – …Nació el año 11988 de la Era Galáctica; falleció en 12069. Las fechas suelen expresarse en términos de la Era Fundacional en curso, como –79 del año 1 E. F. Nacido en el seno de una familia de clase media en Helicón, sector de Arturo (donde su padre, según una leyenda de dudosa autenticidad, fue cultivador de tabaco en las plantas hidropónicas del planeta), pronto demostró una sorprendente capacidad para las matemáticas. Las anécdotas sobre su inteligencia son innumerables, y algunas contradictorias. Se dice que a la edad de dos años…

…Indudablemente sus contribuciones más importantes pertenecen al campo de la psicohistoria. Seldon conoció la especialidad como poco más que un conjunto de vagos axiomas; la dejó convertida en una profunda ciencia estadística…

…La más autorizada fuente de información sobre su vida es la biografía escrita por Gaal Dornick, que, en su juventud, conoció a Seldon dos años antes de la muerte del gran matemático. El relato del encuentro…

Enciclopedia Galáctica1

1. Todas las referencias a la Enciclopedia Galáctica aquí reproducidas proceden de la 116.a edición publicada en 1020 E. F. por la compañía editora de la Enciclopedia Galáctica, Términus, con autorización de los editores.

Se llamaba Gaal Dornick y no era más que un campesino que nunca había visto Trántor. Es decir, no realmente. Lo había visto muchas veces en el hipervídeo, y ocasionalmente en enormes noticieros tridimensionales que informaban sobre una coronación imperial o la apertura de un consejo galáctico. A pesar de haber vivido siempre en el mundo de Synnax, que giraba alrededor de una estrella al borde del Cúmulo Azul, no estaba desconectado de la civilización. En aquel tiempo, ningún lugar de la Galaxia lo estaba.

Por aquel entonces, había cerca de veinticinco millones de planetas habitados en la Galaxia, y absolutamente todos eran leales al imperio, con sede en Trántor. Fueron los últimos cincuenta años en que pudo decirse tal cosa.

Para Gaal, aquel viaje era el punto culminante de su juventud y de su vida estudiantil. Ya había salido al espacio con anterioridad, de modo que el viaje, en sí mismo, no significaba gran cosa para él. En realidad, hasta entonces, sólo había ido al único satélite de Synnax para obtener unos datos sobre la mecánica de los desplazamientos meteóricos que necesitaba para una disertación; pero los viajes espaciales eran exactamente iguales tanto si se recorría medio millón de kilómetros como la misma cantidad de años luz.

Se había preparado un poco para el salto a través del hiperespacio, un fenómeno que no se experimentaba en simples viajes interplanetarios. El salto seguía siendo, y probablemente lo sería siempre, el único método práctico para viajar a las estrellas. Los viajes a través del espacio ordinario no podían realizarse a una velocidad superior a la de la luz ordinaria (un conocimiento científico que formaba parte de las pocas cosas serias desde el olvidado amanecer de la historia humana), y esto hubiera significado años de viaje para llegar incluso al sistema habitado más cercano. A través del hiperespacio, esa inimaginable región que no era ni espacio ni tiempo, ni materia ni energía, ni algo ni nada, se podía atravesar la Galaxia en toda su longitud en el intervalo comprendido entre dos instantes de tiempo.

Gaal había esperado el primero de estos saltos con el temor contraído en la boca del estómago, y no resultó ser más que una insignificante sacudida, una conmoción interna sin importancia que cesó un instante antes de que pudiera darse cuenta de haberla sentido. Eso fue todo.

Y después de eso, sólo quedó la nave, grande y brillante; la fría producción de 12.000 años de progreso imperial; y él mismo, con su doctorado de matemáticas recién obtenido y una invitación del gran Hari Seldon para ir a Trántor y unirse al vasto y algo misterioso Proyecto Seldon.

Lo que Gaal aguardaba después de la decepción del salto era contemplar Trántor por primera vez. No dejaba de entrar en el mirador. Las láminas de acero se enrollaban en determinados momentos y él siempre estaba allí, contemplando el frío brillo de las estrellas, admirando el increíble enjambre nebuloso de un racimo de estrellas, como una conglomeración gigante de luciérnagas sorprendidas en pleno vuelo y detenidas para siempre. En cierta ocasión vio «el frío humo de color blanco azulado de una nebulosa a cinco años luz de la nave, que se extendía sobre la ventanilla como una mancha de leche distante, llenaba la habitación de un matiz helado, y desaparecía de la vista dos horas después, tras un nuevo salto.

La primera visión del sol de Trántor fue la de una mota dura y blanca, perdida completamente en una miríada de otras iguales, y sólo reconocible porque estaba señalada en la guía de la nave. Las estrellas eran numerosas allí, en el centro de la Galaxia. Pero a cada salto, su brillo se incrementaba, haciendo que el resto se apagara, se enrareciera y empalideciera.

Un oficial se acercó diciendo:
–El mirador estará cerrado durante el resto del viaje. Prepárense para aterrizar.

Gaal le siguió, y agarró la manga del uniforme blanco con el distintivo de la nave espacial y el sol del imperio.

Preguntó:
–¿No podrían dejarme? Me gustaría ver Trántor.

El oficial sonrió y Gaal se sonrojó ligeramente. Se le ocurrió pensar que hablaba como un provinciano.

El oficial dijo:
–Aterrizaremos en Trántor mañana por la mañana. –Me refería a que quiero verlo desde el espacio.
–Oh, lo siento, muchacho. Si esto fuera una nave de recreo no habría inconveniente, pero estamos bajando en picado, de cara al sol. Seguramente no te gustaría quedarte ciego, quemado y afectado por la radiación todo al mismo tiempo, ¿verdad?

Gaal se alejó de él.

El oficial siguió hablando:
–De todos modos, Trántor no sería más que una mancha gris, muchacho. ¿Por qué no haces un viaje espacial turístico cuando llegues a Trántor? Son baratos.

Gaal miró hacia atrás.
–Muchísimas gracias.

Era infantil sentirse decepcionado; pero el infantilismo afecta casi con la misma facilidad a un hombre que a un niño, y Gaal tenía un nudo en la garganta. Nunca había visto Trántor extendido ante él en toda su magnitud, tan grande como la vida, y no había creído tener que aguardar aún más.

2

La nave aterrizó en medio de numerosos ruidos. Hubo el lejano silbido de la atmósfera hendida, que se deslizaba a lo largo del metal de la nave. Hubo el monótono zumbido de los acondicionadores que luchaban contra el calor de la fricción, y el rugido más amortiguado de los motores que aminoraban la velocidad. Hubo el sonido humano de hombres y mujeres que se amontonaban en las salas de desembarco y el crujido de grúas que levantaban el equipaje, el correo y el cargamento hasta el gran eje de la nave, desde donde, más tarde, serían trasladados a las plataformas de descarga.

0

Gaal experimentó una ligera sacudida indicadora de que la nave había dejado de moverse con independencia propia. La gravedad de la nave hacía horas que daba paso a la gravedad planetaria. Miles de pasajeros habían estado pacientemente sentados en las salas de desembarco, que se balanceaban con suavidad a impulsos de campos de fuerza para acomodar su orientación a la dirección cambiante de las fuerzas gravitacionales. Ahora descendían lentamente por las rampas que les llevarían a las grandes y abiertas compuertas.

El equipaje de Gaal era mínimo. Permaneció junto al mostrador, mientras lo examinaban rápida y expertamente, y lo ordenaban de nuevo. Su visado fue inspeccionado y sellado. Él no prestó atención a nada.

¡Aquello era Trántor! El aire parecía un poco más denso y la gravedad algo mayor que en su planeta de Synnax, pero ya se acostumbraría. Se preguntó si llegaría a habituarse a la inmensidad.

El edificio de desembarco era enorme. El techo se perdía en las alturas. Gaal pensó que las nubes casi podían formarse debajo de su inmensidad. No vio ninguna pared; sólo hombres y mostradores y el suelo convergente que desaparecía a lo lejos.

El hombre del mostrador habló de nuevo. Parecía molesto. Dijo:

–Siga adelante, Dornick.

Tuvo que abrir el visado y volver a mirarlo, para acordarse del nombre.

Gaal preguntó:
–¿Dónde… dónde…?

El hombre del mostrador señaló con el pulgar.
–Los taxis a la derecha y la tercera a la izquierda.

Gaal avanzó, y vio los brillantes rizos de aire suspendidos en la nada, que decían: TAXIS A TODAS DIRECCIONES.

Una figura surgió del anonimato y se detuvo frente al mostrador cuando Gaal se iba. El hombre del mostrador alzó la mirada y asintió brevemente. La figura asintió a su vez y siguió al recién llegado.

Llegó a tiempo de oír el destino de Gaal.

Gaal se encontró pegado a una barandilla.

Un pequeño letrero decía: SUPERVISOR. El hombre a quien se refería el letrero no levantó la vista. Dijo:

–¿Adónde?

Gaal no estaba seguro, pero incluso unos segundos de vacilación significarían una cola de varios hombres detrás de él.

El supervisor levantó la mirada.
–¿Adónde?

Los ahorros de Gaal eran escasos, pero sólo sería una noche y después tendría un empleo. Trató de aparentar indiferencia.

–A un buen hotel, por favor.

El supervisor no se impresionó.
–Todos son buenos. Nómbreme uno.

Gaal dijo, desesperado:
–El que esté más cerca, por favor.

El supervisor apretó un botón. Una delgada línea de luz se formó en el suelo, retorciéndose entre otras que brillaban y se apagaban, en diferentes colores e intensidades. Gaal se encontró con un billete en las manos. Brillaba débilmente.

El supervisor dijo:
–Uno con doce.

Gaal rebuscó unas monedas. Dijo:
-¿Por dónde he de ir?
–Siga la luz. El billete no dejará de brillar mientras vaya en la dirección correcta.

Gaal levantó la vista y empezó a andar. Había centenares de personas que se deslizaban por el vasto suelo, siguiendo su camino individual, esforzándose en los puntos de intersección para llegar a sus respectivos destinos.

Su propio camino se terminó. Un hombre con un deslumbrante uniforme azul y amarillo, hecho de plastrotextil a prueba de manchas, se hizo cargo de sus dos bolsas.

–Línea directa al Luxor –dijo.

El hombre que seguía a Gaal lo oyó. También oyó que

Gaal decía: «Estupendo», y le vio entrar en el vehículo de proa achatada.

El taxi se elevó en línea recta. Gaal miró por la ventanilla curvada y transparente, maravillado ante la sensación de volar dentro de una estructura cerrada y asiéndose instintivamente al respaldo del asiento del conductor. La inmensidad se contrajo y las personas se convirtieron en hormigas distribuidas caprichosamente. El panorama se redujo aún más y empezó a deslizarse hacia atrás.

Enfrente había una pared. Empezaba a gran altura y se alzaba hasta perderse de vista. Estaba llena de agujeros, como bocas de túneles. El taxi de Gaal se dirigió a uno y entró en él. Por un momento, Gaal se preguntó cómo podría su conductor escoger uno en particular entre tantos otros.

Ahora sólo había oscuridad, sin otra cosa que la intermitencia de las señales luminosas de colores para atenuar la penumbra. El aire vibraba con un ruido de velocidad.

Entonces Gaal fue lanzado hacia adelante por la disminución de velocidad y el taxi salió del túnel y descendió una vez más a nivel del suelo.

–El hotel Luxor –dijo el conductor, innecesariamente. Ayudó a Gaal a bajar el equipaje, aceptó una propina de un décimo de crédito con naturalidad, recogió a un pasajero que le esperaba, y volvió a elevarse.

Hasta entonces, desde el momento de desembarcar, no había divisado el cielo.

3

TRÁNTOR – …Al comienzo del decimotercer milenio, esta tendencia alcanzó su punto culminante. Como centro del Gobierno imperial durante ininterrumpidos centenares de generaciones, y localizado, como estaba, en las regiones centrales de la Galaxia, entre los mundos más densamente poblados e industrialmente avanzados del sis

tema, no pudo dejar de ser el grupo humano más denso y rico que la raza había visto jamás.

Su urbanización, en progreso continuo, había alcanzado el punto máximo. Toda la superficie de Trántor, 1.200 millones de kilómetros cuadrados de extensión, era una sola ciudad. La población, en su punto máximo, sobrepasaba los cuarenta mil millones. Esta enorme población se dedicaba casi enteramente a las necesidades administrativas del imperio, y eran pocos para las complicaciones de dicha tarea. (Debe recordarse que la imposibilidad de una administración adecuada del imperio galáctico bajo la poca inspirada dirección de los últimos emperadores fue un considerable factor en la Caída.) Diariamente, flotas de decenas de miles de naves llevaban el producto de veinte mundos agrícolas a las mesas de Trántor…

Su dependencia de los mundos exteriores en cuanto a alimentos, y, en realidad, todas las necesidades de la vida, hicieron a Trántor cada vez más vulnerable a la conquista por el bloqueo. Durante el último milenio del imperio, las numerosas y hasta monótonas revueltas hicieron conscientes de ello a un emperador tras otro, y la política imperial se convirtió en poco más que la protección de la delicada yugular de Trántor…

Enciclopedia Galáctica

Gaal no estaba seguro de que el sol brillara ni, por lo tanto, de si era de día o de noche. Le daba vergüenza preguntarlo. Todo el planeta parecía vivir bajo metal. La comida que acababa de ingerir había sido calificada de almuerzo, pero había muchos planetas que se regían por una escala temporal que no tomaba en cuenta la alternancia quizá inconveniente del día y la noche. Las velocidades de rotación planetarias diferían, y él no sabía cuál era la de Trántor.

Al principio, había seguido ansiosamente las indicaciones hacia el «Solárium», no encontrando más que una cámara para tomar el sol bajo radiaciones artificiales. No

4

permaneció allí más que un momento, y después volvió al vestíbulo principal del Luxor.

Se dirigió hacia el conserje.
–¿Dónde puedo comprar un billete para un viaje turístico planetario?

–Aquí mismo.
–¿A qué hora empieza?
–Acaba de perderlo. Mañana habrá otro. Compre el billete ahora y le reservaremos una plaza.

Oh. Al día siguiente ya sería demasiado tarde. Al día siguiente tenía que estar en la universidad. Preguntó:

–¿No hay una torre de observación… o algo parecido? Quiero decir, al aire libre.

–¡Naturalmente! Puedo venderle un billete, si quiere. Será mejor que compruebe si llueve o no. –Cerró un contacto a la altura del hombro y leyó las letras que aparecieron en una pantalla esmerilada. Gaal las leyó con él.

El conserje dijo:
–Buen tiempo. Ahora que lo pienso, me parece que estamos en la estación seca. –Añadió, locuazmente–: Yo no me preocupo del exterior. La última vez que salí al aire libre fue hace tres años. Lo ves una vez, sabes cómo es y eso es todo. Aquí tiene su billete. Hay un ascensor especial en la parte posterior. Tiene un letrero que dice: «A la torre». Tómelo.

El ascensor era uno de los que funcionaban por repulsión gravitatoria. Gaal entró y otros se amontonaron detrás de él. El ascensorista cerró un contacto. Por un momento, Gaal se sintió suspendido en el espacio cuando la gravedad llegó a cero, y después recobró algo de su peso a medida que el ascensor aceleraba hacia arriba. Siguió un repentino descenso de la velocidad y sus pies se alzaron del suelo. Dejó escapar un grito contra su voluntad.

El ascensorista le dijo:
–Ponga los pies debajo de la barandilla. ¿No ve el letrero?

5

Los otros lo habían hecho así. Le miraban sonriendo mientras él trataba frenética y vanamente de descender por la pared. Sus zapatos se apretaban contra la parte superior de las barandillas de cromo que se extendían por el suelo en hileras paralelas separadas ligeramente entre sí. Al entrar se había fijado en ellas y las había ignorado.

Entonces alguien alzó una mano y le estiró hacia abajo. Logró articular las gracias al tiempo que el ascensor se detenía.

Salió a una terraza abierta bañada por un brillo blanco que le hirió la vista. El hombre que le había ayudado en el ascensor estaba inmediatamente detrás de él. Dijo, con amabilidad:

–Hay muchos asientos.

Gaal cerró la boca –la tenía abierta– y dijo:
–Así parece. –Se dirigió automáticamente hacia ellos y entonces se detuvo.

Dijo:
–Si no le importa, me quedaré un momento junto a la barandilla. Quiero… quiero mirar un poco.

El hombre le hizo una seña de asentimiento, con afabilidad, y Gaal se apoyó sobre la barandilla, que le llegaba a la altura del hombro, y se sumió en el panorama.

No pudo ver el suelo. Estaba perdido en las complejidades cada vez mayores de las estructuras hechas por el hombre. No pudo ver otro horizonte más que el del metal contra el cielo, que se extendía en la lejanía con un color gris casi uniforme, y comprendió que así era en toda la superficie del planeta. Apenas se podía ver ningún movimiento –unas cuantas naves de placer se recortaban contra el cielo–, aparte del activo tráfico de los miles de millones de hombres que se movían bajo la piel metálica del mundo.

No se podía ver ningún espacio verde; nada de verde, nada de tierra, ninguna otra vida más que la humana. En alguna parte de aquel mundo, pensó vagamente, estaría el palacio del emperador enclavado en medio de ciento cincuenta kilómetros de tierra natural, llena de árboles verdes y adornada de flores. Era un pequeño islote en un

océano de acero, pero no se veía desde donde él estaba. Debía de hallarse a quince mil kilómetros de distancia. No lo sabía.

¡No podía esperar demasiado a hacer aquel viaje turístico!

Suspiró haciendo ruido; y se dio realmente cuenta de que al fin estaba en Trántor; en el planeta que era el centro de toda la Galaxia y el núcleo de la raza humana. No vio ninguna de sus debilidades. No vio aterrizar ninguna nave de comida. No estaba enterado de la yugular que conectaba con delicadeza a los cuarenta mil millones de Trántor con el resto de la Galaxia. Sólo era consciente de la extrema proeza del hombre; la conquista completa y casi desdeñosamente final de un mundo.

Se retiró de la barandilla con los ojos llenos de asombro. Su amigo del ascensor le indicaba un asiento junto al suyo y Gaal lo ocupó.

El hombre sonrió.
–Me llamo Jerril. ¿Es la primera vez que visita Trántor?

–Sí, señor Jerril.
–Eso me había parecido. Jerril es mi nombre de pila. Trántor le gustará si tiene un temperamento poético. Sin embargo, los trantorianos nunca suben aquí. No les gusta; les pone nerviosos.

–¡Nerviosos! Por cierto, yo me llamo Gaal. ¿Por qué los pone nerviosos? Es formidable.

–Es cuestión de opiniones, Gaal. Si has nacido en un cubículo y crecido en un pasillo, y trabajado en una celda, y pasado tus vacaciones en una habitación solar llena de gente, es lógico que la salida al aire libre y el panorama del cielo por encima de tu cabeza te ponga nervioso. Obligan a los niños a subir aquí una vez al año, desde que cumplen los cinco. No sé si les hace algún bien. En realidad, no disfrutan mucho de ello y las primeras veces gritan como histéricos. Tendrían que empezar en cuanto aprenden a andar y venir aquí una vez por semana.

Prosiguió:

–Claro que, en realidad, no importa. ¿Y si nunca en su vida salen al exterior? Son felices ahí abajo y administran el imperio. ¿A qué altura cree que estamos?

–¿A mil quinientos metros? –Se preguntó si habría sido un ingenuo.

Debió serlo, pues Jerril se echó a reír. Dijo:
–No. Sólo a ciento cincuenta.
–¿Qué? Pero el ascensor tardó unos…
–Lo sé. Pero ha empleado la mayor parte del tiempo en llegar al nivel del suelo. Trántor está excavado a más de dos mil metros de profundidad. Es como un iceberg. Nueve décimas partes están ocultas. Incluso se extiende por terreno suboceánico, al borde de la playa. De hecho, estamos tan abajo que podemos hacer uso de la diferencia de temperatura entre el nivel del suelo y un par de kilómetros más abajo para abastecernos de toda la energía que necesitamos. ¿Lo sabía?

–No. Pensaba que utilizaban generadores atómicos. –Lo hacíamos, pero esto es más barato.
–Me lo imagino.
–¿Qué le parece? –Por un momento, la afabilidad del hombre se transformó en astucia. Parecía casi ladino.

Gaal titubeó.
–Formidable –repitió.
–¿Está aquí de vacaciones? ¿De viaje? ¿De visita a los lugares de interés?

–No exactamente. Por lo menos, siempre había deseado venir a Trántor, pero mi razón principal para este viaje es hacerme cargo de un empleo.

–¿De verdad?

Gaal se vio obligado a dar más explicaciones.
–Un empleo en el proyecto del doctor Seldon, en la Universidad de Trántor.

–¿Cuervo Seldon?
–No, no. Yo me refiero a Hari Seldon; el psicohistoriador Seldon. No conozco a ningún Cuervo Seldon.

–Hari es el que yo quiero decir. Le llaman Cuervo. Es una especie de jerga, ¿sabe? No deja de predecir el desastre.

–¿De verdad? –Gaal estaba literalmente asombrado. –Seguramente, usted debe saberlo. –Jerril no sonreía–. Ha venido para trabajar con él, ¿no?

–Bueno, sí, soy matemático. ¿Por qué predice el desastre? ¿Qué clase de desastre?

–Y a usted, ¿qué le parece?
–No tengo ni la menor idea. He leído los documentos publicados por el doctor Seldon y su grupo. Versan sobre teoría matemática.

–Los que publican, sí.

Gaal se sintió molesto. Dijo:
–Bien, vuelvo a mi cuarto. He estado encantado de conocerle.

Jerril alzó la mano indiferentemente en señal de despedida.

Gaal encontró a un hombre aguardándole en su habitación. Por un momento, la sorpresa le impidió pronunciar el inevitable: «¿Qué hace usted aquí?» que acudió a sus labios.

El hombre se levantó. Era viejo y casi calvo y cojeaba ligeramente, pero tenía los ojos penetrantes y azules.

–Soy Hari Seldon –dijo un instante antes de que el perplejo cerebro de Gaal recordara su rostro por las muchas veces que lo había visto en fotografías.

4

PSICOHISTORIA– …Gaal Dornick, utilizando conceptos no matemáticos, ha definido la psicohistoria como la rama de las matemáticas que trata sobre las reacciones de conglomeraciones humanas ante determinados estímulos sociales y económicos…

Implícita en todas estas definiciones está la suposición de que el número de humanos es suficientemente grande

para un tratamiento estadístico válido. El tamaño necesario de tal número puede ser determinado por el primer teorema de Seldon, que… Otra suposición necesaria es que el conjunto humano debe desconocer el análisis psicohistórico a fin de que su reacción sea verdaderamente casual…

La base de toda psicohistoria válida reside en el desarrollo de las funciones Seldon, que exponen propiedades congruentes a las de tales fuerzas sociales y económicas como…

Enciclopedia Galáctica –Buenas tardes, señor –dijo Gaal–. Yo… yo…

–Usted no creía que fuéramos a vernos antes de mañana, ¿verdad? Normalmente, así hubiera tenido que ser. La cuestión es que, si vamos a utilizar sus servicios, hemos de actuar con rapidez. Cada vez es más difícil obtener ayuda.

–No le comprendo, señor.
–Ha estado hablando con un hombre en la torre de observación, ¿verdad?

–Sí. Su nombre de pila es Jerril. No sé nada más de él. –Su nombre no significa nada. Es agente de la Comisión de Seguridad Pública. Le ha seguido desde el puerto espacial.

–Pero ¿por qué? No comprendo nada.
–¿Le ha dicho el hombre de la torre algo sobre mí? Gaal vaciló.
–Se refirió a usted como a Cuervo Seldon.
–¿Le ha dicho por qué?
–Ha dicho que predice el desastre.
–Así es. ¿Qué le parece Trántor?

Al parecer todo el mundo quería conocer su opinión sobre Trántor. Gaal fue incapaz de responder con otra palabra:

–Glorioso.
–Lo dice sin pensar. ¿Qué hay de la psicohistoria? –No se me ha ocurrido aplicarla al problema.

0

–Al poco tiempo de trabajar conmigo, jovencito, aprenderá a aplicar la psicohistoria a todos los problemas como algo rutinario. Observe. –Seldon extrajo su calculadora de la bolsa del cinturón. La gente decía que la guardaba debajo de la almohada para usarla en momentos de debilidad. Su superficie gris y brillante estaba ligeramente desgastada por el uso. Los ágiles dedos de Seldon, ahora manchados por la edad, juguetearon a lo largo del duro plástico que la bordeaba. Unas cifras rojas surgieron del gris.

Dijo:
–Esto representa el estado del imperio en el momento actual.

Aguardó.

Finalmente, Gaal dijo:
–Supongo que esto no es una representación completa. –No, no es completa –dijo Seldon–. Me alegro de ver que no acepta mi palabra ciegamente. Sin embargo, es una aproximación que servirá para demostrar el problema. ¿Está de acuerdo con esto?

–Sujeto a mi posterior verificación de la derivación de la función, sí. –Gaal evitaba cuidadosamente una posible trampa.

–Bien. Añada a esto la conocida probabilidad del asesinato imperial, revuelta virreinal, la reaparición contemporánea de períodos de depresión económica, la disminución de las exploraciones planetarias, el…

Siguió hablando. A cada punto mencionado, aparecían nuevas cifras, y se unían a las funciones básicas que aumentaban y cambiaban.

Gaal no le interrumpió más que una vez.
–No comprendo la validez de esta transformación de conjunto.

Seldon la repitió más lentamente.

Gaal dijo:
–Pero esto se hace por medio de una socio-operación prohibida.

–Bien. Es usted rápido, pero no lo bastante. No está

prohibida en esta conexión. Déjeme hacerlo por expansiones.

El procedimiento fue mucho más largo, y, una vez terminado, Gaal dijo, humildemente:

–Sí, ahora lo comprendo.

Al fin, Seldon se detuvo.
–Esto es Trántor dentro de cinco siglos. ¿Cómo lo interpreta usted? ¿Eh? –Ladeó la cabeza y aguardó.

Gaal dijo, con incredulidad:
–¡Una destrucción total! Pero…, pero esto es imposible. Trántor nunca ha sido…

Seldon se hallaba dominado por la intensa excitación de un hombre que sólo ha envejecido de cuerpo.

–Vamos, vamos. Ha visto cómo hemos obtenido el resultado. Tradúzcalo a palabras. Olvide el simbolismo por un momento.

Gaal dijo:
–A medida que Trántor se especializa más, es más vulnerable, menos capaz de defenderse a sí mismo. Además, a medida que se convierte cada vez más en el centro administrativo del imperio, su precio aumenta. A medida que la sucesión imperial se hace más incierta, y los feudos pertenecientes a grandes familias más agresivos, la responsabilidad social desaparece.

–Es suficiente. ¿Y qué hay de la probabilidad numérica de una destrucción total dentro de cinco siglos?

–No lo sé.
–Seguramente podrá realizar una diferenciación de campo.

Gaal se sintió presionado. No le fue ofrecida la calculadora. Se hallaba a unos centímetros de sus ojos. Calculó furiosamente y la frente se le perló de sudor.

–¿Cerca de un 85 %?
–No está mal –indicó Seldon, echando hacia afuera el labio inferior–, pero no es exacto. La cifra actual es el 92,5 %.

–¿Así que le llaman Cuervo Seldon? Nunca había leído tal cosa en los periódicos –dijo Gaal.

–Claro que no. Es algo impublicable. ¿Supone que el

imperio expondría su debilidad de esta manera? Esto no es más que una demostración muy sencilla de la psicohistoria. Lo que ocurre es que nuestros resultados se han filtrado entre la aristocracia.

–Mala cosa.
–No necesariamente. Todo está previsto.
–Pero ¿es ésta la razón de que me investiguen?
–Sí. Están investigando todo lo que concierne a mi proyecto.

–¿Se encuentra usted en peligro, señor?
–Oh, sí. Existe la probabilidad de un 1,7 % de que me ejecuten, aunque esto no detendría el proyecto. También hemos previsto esta eventualidad. Bueno, no importa. Supongo que mañana se reunirá conmigo en la universidad, ¿no es así?

–En efecto –repuso Gaal.

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COMISIÓN DE SEGURIDAD PÚBLICA – …La camarilla aristocrática subió al poder después del asesinato de Cleón I, último de los Entum. En general, formaron un núcleo de orden durante los siglos de inestabilidad e incertidumbre del imperio. Habitualmente, bajo el control de las grandes familias de los Chen y los Divart, degeneró eventualmente en un instrumento ciego para mantener el statu quo… No fueron completamente apartados del poder en el estado hasta la coronación del último emperador totalitario, Cleón II. El primer presidente de la Comisión…

…En cierto modo, el principio de la decadencia de la Comisión puede situarse en el proceso de Hari Seldon dos años antes del comienzo de la Era Fundacional. Este proceso está descrito en la biografía de Hari Seldon escrita por Gaal Dornick…

Enciclopedia Galáctica

Gaal no acudió a su cita. A la mañana siguiente un zumbido amortiguado le despertó. Contestó, y la voz del conserje, tan apagada, cortés y modesta como debía ser, le informó que estaba detenido bajo las órdenes de la Comisión de Seguridad Pública.

Gaal se precipitó hacia la puerta y descubrió que ya no estaba abierta. No podía hacer otra cosa más que vestirse y esperar.

Fueron a buscarle y le llevaron a otro lugar, pero seguía estando detenido. Le hicieron preguntas con la mayor educación. Todo era muy civilizado. Él explicó que pertenecía a la provincia de Synnax; que había asistido a esta y aquella escuela y obtenido un diploma de doctor en matemáticas en tal y tal fecha. Había solicitado un puesto entre el personal del doctor Seldon y le habían aceptado. Dio estos detalles una y otra vez; y ellos volvieron a la pregunta de su unión al Proyecto Seldon una y otra vez. Cómo se había enterado de él; cuáles serían sus deberes; qué instrucciones secretas había recibido; de qué se trataba.

Contestó que no lo sabía. No tenía instrucciones secretas. Era un erudito y un matemático. La política no le interesaba.

Y finalmente el amable inquisidor le preguntó: –¿Cuándo tendrá lugar la destrucción de Trántor? Gaal titubeó.
–Yo no sé calcularlo.
–¿Y otros?
–¿Cómo podría hablar por otra persona? –Se sintió acalorado; demasiado acalorado.

El inquisidor preguntó:
–¿Le ha hablado alguien de dicha destrucción; ha establecido una fecha? –Y como el joven vacilara, continuó–: Le han seguido, doctor. Estábamos en el aeropuerto cuando usted llegó; en la torre de observación cuando esperaba la hora de la cita; y, naturalmente, pudimos oír su conversación con el doctor Seldon.

Gaal repuso:

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–Pues ya conocen su opinión sobre la materia.
–Es posible. Pero nos gustaría que usted nos la dijera. –Opina que Trántor será destruido dentro de cinco siglos.

–¿Lo ha demostrado –uh– matemáticamente?
–Sí, lo ha hecho… insolentemente.
–Usted mantiene que –uh– las matemáticas son válidas, ¿verdad?

–Si el doctor Seldon lo sostiene, es que lo son.
–En ese caso, volveremos.
–Espere. Tengo derecho a un abogado. Reclamo mis derechos como ciudadano imperial.

–Los tendrá.

Y los tuvo.

El hombre que entró era muy alto, un hombre cuyo rostro parecía estar hecho de rayas verticales y tan delgado que uno se preguntaba si habría espacio en él para una sonrisa.

Gaal alzó la vista. Estaba desaliñado y cansado. Habían ocurrido muchas cosas, a pesar de no hacer más de treinta horas que se hallaba en Trántor.

El hombre dijo:
–Soy Lors Avakim. El doctor Seldon me ha elegido para representarle.

–¿De verdad? Bueno, entonces, escuche. Solicito una apelación instantánea al emperador. Me retienen sin ninguna causa. Soy inocente de todo. De todo. –Extendió las manos, con las palmas hacia abajo–. Tiene que conseguir una audiencia con el emperador, inmediatamente.

Avakim vaciaba con cuidado sobre el suelo el contenido de una cartera plana. Si Gaal no hubiera estado tan excitado, habría reconocido unas formas legales Cellomet, delgadas como el metal y adhesivas, adaptadas para la inserción dentro del reducido tamaño de una cápsula personal. También habría reconocido una grabadora de bolsillo.

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Avakim, sin prestar atención al acceso de cólera de Gaal, finalmente levantó la vista. Dijo:

–Naturalmente, la Comisión grabará nuestra conversación. Va contra la ley, pero lo harán, de todos modos.

Gaal apretó los dientes.
–Sin embargo –y Avakim se sentó deliberadamente–, la grabadora que tengo sobre la mesa, que es una grabadora completamente normal y también hace su función, tiene la propiedad adicional de suprimir toda transmisión. Es algo que no averiguarán enseguida.

–Así que puedo hablar.
–Naturalmente.
–Pues quiero una audiencia con el emperador. Avakim sonrió con frialdad, y quedó demostrado que, después de todo, había espacio suficiente en su delgado rostro. Se le arrugaron las mejillas para dejar el espacio. Dijo:

–Es usted de provincias.
–No por eso dejo de ser ciudadano imperial. Lo soy tanto como usted o cualquiera de esa Comisión de Seguridad Pública.

–Sin duda; sin duda. A lo que me refiero es que, como provinciano, no comprende la vida de Trántor tal como es. El emperador no concede audiencias.

–¿A qué otra persona se puede recurrir? ¿Hay algún otro procedimiento?

–Ninguno. No hay recurso posible en un sentido práctico. Legalmente, puede apelar al emperador pero no obtendrá ninguna audiencia. Hoy el emperador no es el emperador de una dinastía Entum, ya lo sabe. Me temo que Trántor esté en manos de las familias aristocráticas miembros de las cuales componen la Comisión de Seguridad Pública. Éste es un desarrollo que la psicohistoria ha predicho muy bien.

Gaal dijo:
–¿De verdad? En este caso, si el doctor Seldon puede predecir la historia de Trántor con quinientos años de adelanto…

–Puede predecirla con mil quinientos años de adelanto… –Digamos con diez mil quinientos. ¿Por qué no pudo predecir ayer los acontecimientos de esta mañana y advertirme? No, lo siento. –Gaal se sentó y apoyó la cabeza sobre una palma sudorosa–. Comprendo muy bien que la psicohistoria es una ciencia estadística y no puede predecir el futuro de un solo hombre con exactitud. Comprenderá que esté trastornado.

–Pero se equivoca. El doctor Seldon sabía que usted sería arrestado esta mañana.

–¿Qué?
–Es desagradable, pero cierto. La Comisión se ha mostrado cada vez más hostil hacia sus actividades. Se ha interferido con los nuevos miembros que se unían al grupo de un modo alarmante. Las gráficas demostraban que, para nuestros propósitos, era mejor provocar un clímax. La Comisión actuaba con demasiada lentitud, así que el doctor Seldon fue a verle ayer con la intención de forzarles a actuar. Por ninguna otra razón.

Gaal contuvo el aliento.
–Me ofende que…
–Por favor. Es necesario. No le escogieron por ninguna razón personal. Debe comprender que los planes del doctor Seldon, que han sido realizados con las matemáticas desarrolladas de más de dieciocho años, incluyen todas las eventualidades con probabilidades importantes. Ésta es una de ellas. Me han enviado aquí con el único propósito de asegurarle que no debe tener miedo. Todo acabará bien; es casi seguro respecto al proyecto; y razonablemente probable respecto a usted.

–¿Cuáles son las cifras? –inquirió Gaal.
–Para el proyecto, más del 99,9 %.
–¿Y para mí?
–Me han dicho que la probabilidad es del 77,2 %. –Entonces tengo más de una probabilidad entre cinco de que me sentencien a prisión o a muerte.

–Esta última posibilidad está por debajo del uno por ciento.

–¿Lo cree así? Los cálculos sobre un solo hombre no significan nada. Diga al doctor Seldon que venga a verme.

–Desgraciadamente, no puedo. El doctor Seldon también ha sido arrestado.

La puerta se abrió de pronto antes de que Gaal pudiera hacer otra cosa que articular el principio de un grito. Entró un guardia, se acercó a la mesa, cogió la grabadora, la miró por todos lados y se la metió en el bolsillo.

Avakim dijo sosegadamente:
–Necesito ese aparato.
–Ya le daremos otro, abogado, uno que no provoque un campo estático.

–En este caso, mi entrevista ha concluido.

Gaal contempló cómo salía de la habitación y se encontró solo.

6

El proceso (Gaal suponía que aquello lo era, aunque legalmente tenía pocas similitudes con las elaboradas técnicas sobre las que Gaal había leído) no duró mucho. Estaba en su tercer día. Sin embargo, Gaal ya no podía recordar su comienzo.

A él no le habían molestado mucho. La artillería pesada había caído sobre el propio doctor Seldon. Sin embargo, Hari Seldon continuaba imperturbable. Para Gaal, era el único centro de estabilidad que quedaba en el mundo.

Los espectadores eran pocos y todos habían sido extraídos de entre los barones del imperio. La prensa y el público estaban excluidos, y era dudoso que el público en general supiera siquiera que se llevaba a cabo un juicio contra Seldon. La atmósfera era de oculta hostilidad hacia los acusados.

Cinco miembros de la Comisión de Seguridad Pública estaban sentados detrás de la mesa. Llevaban uniformes de color escarlata y oro y los brillantes birretes de plástico

que eran el distintivo de su función judicial. En el centro estaba el presidente de la Comisión, Linge Chen. Gaal nunca había visto un señor tan importante y le miraba con fascinación. Chen, a lo largo de un proceso, raramente pronunciaba una sola palabra. Demostraba que hablar mucho estaba por debajo de su dignidad.

El abogado de la Comisión consultó sus notas y el interrogatorio prosiguió, con Seldon aún en el estrado.

P. Veamos, doctor Seldon. ¿Cuántos hombres componen en este momento el proyecto que usted dirige?
R. Cincuenta matemáticos.
P. ¿Incluyendo al doctor Gaal Dornick?
R. El doctor Dornick es el que hace cincuenta y uno.
P. Oh, ¡así que tenemos cincuenta y uno! Haga memoria, doctor Seldon. ¿No habrá cincuenta y dos o cincuenta y tres? ¿O quizá incluso más?
R. El doctor Dornick aún no se ha incorporado formalmente a mi organización. Cuando lo haga, el número de miembros será de cincuenta y uno. Ahora es de cincuenta, como ya he dicho.
P. ¿No serán unos cien mil?
R. ¿Matemáticos? No.
P. No he dicho que fueran matemáticos. ¿Son cien mil en total?
R. En total, su cifra es posible que sea correcta.
P. ¿Es posible? Yo digo que es así. Digo que los hombres de su proyecto son noventa y ocho mil quinientos setenta y dos.
R. Me parece que está contando a mujeres y niños.
P. (Alzando la voz.) Noventa y ocho mil quinientos setenta y dos individuos es lo que pretendía decir. No hay necesidad de subterfugios.
R. Acepto las cifras.
P. (Consultando sus notas.) Olvidémonos de esto por el momento, pues, y dediquémonos a otra cuestión que ya hemos discutido exhaustivamente. ¿Quiere repetirnos,

doctor Seldon, sus ideas respecto al futuro de Trántor?
R. He dicho, y lo repito, que Trántor quedará convertido en ruinas dentro de cinco siglos.
P. ¿No considera que su declaración es desleal?
R. No, señor. La verdad científica está más allá de toda lealtad y deslealtad.
P. ¿Está seguro de que su declaración representa la verdad científica?
R. Lo estoy.
P. ¿En qué se basa?
R. En las matemáticas de la psicohistoria.
P. ¿Puede demostrar que estas matemáticas son válidas?
R. Sólo a otro matemático.
P. (Con una sonrisa). Así pues, eso significa que su verdad es de una naturaleza tan esotérica que un hombre normal y corriente no puede comprenderla. A mí me parece que la verdad tendría que ser mucho más clara, menos misteriosa, más abierta a la mente.
R. No presenta ninguna dificultad para según qué mentes. Las leyes físicas de transferencia de energía, que conocemos como termodinámica, han sido claras y diáfanas durante toda la historia del hombre desde edades míticas; sin embargo, debe de haber gente que, en la actualidad, no sería capaz de dibujar un motor. También puede ocurrirle a gente de gran inteligencia. Dudo que los doctos comisionados…

En este punto, uno de los comisionados se inclinó hacia el abogado. No se oyeron sus palabras, pero el silbido de su voz reveló una cierta aspereza. El abogado se sonrojó e interrumpió a Seldon.

P. No estamos aquí para oír discursos, doctor Seldon. Supongamos que ya ha dado por demostrada su teoría. Permítame que señale la posibilidad de que sus predicciones de desastre estén destinadas a socavar la confianza pública en el Gobierno imperial por razones que sólo usted conoce.
R. No es así.
P. Supongamos que usted declara que el período anterior a la así llamada ruina de Trántor estará lleno de desórdenes de diversos tipos…
R. Es correcto.
P. Y que mediante esa mera predicción, usted espera provocarlos, y tener un ejército de cien mil hombres disponible.
R. En primer lugar, está usted equivocado. Y si no lo estuviera, una investigación le demostraría que en mi equipo no hay más de diez mil hombres en edad militar, y ninguno de ellos tiene experiencia en armas.
P. ¿Actúa como agente de otro?
R. No estoy a sueldo de nadie, señor abogado.
P. ¿Es usted completamente desinteresado? ¿Está sirviendo a la ciencia?
R. Sí.
P. Veamos cómo. ¿Puede cambiarse el futuro, doctor Seldon?
R. Evidentemente. Esta sala puede explotar dentro de pocas horas, o no. Si lo hiciera, el futuro cambiaría indudablemente en ciertos aspectos ínfimos.
P. Esto son evasivas, doctor Seldon. ¿Puede cambiarse toda la historia de la raza humana?
R. Sí.
P. ¿Fácilmente?
R. No. Con gran dificultad.
P. ¿Por qué?
R. La tendencia psicohistórica de un planeta lleno de gente implica una gran inercia. Para cambiarla debe encontrarse con algo que posea una inercia similar. O ha de intervenir muchísima gente o, si el número de personas es relativamente pequeño, se necesita un tiempo enorme para el cambio. ¿Lo comprende?
P. Creo que sí. Trántor no necesita sucumbir, si un

4

gran número de personas deciden actuar de modo que no ocurra así.
R. Eso es.
P. ¿Unas cien mil personas?
R. No, señor. Eso es muy poco.
P. ¿Está seguro?
R. Considere que Trántor tiene una población de más de cuarenta mil millones. Considere también que la tendencia que nos lleva a la ruina no pertenece únicamente a Trántor, sino a todo el imperio y éste contiene cerca de mil billones de seres humanos.
P. Comprendo. Entonces quizá cien mil personas puedan cambiar la tendencia, si ellos y sus descendientes trabajan durante quinientos años.
R. Me temo que no. Quinientos años es muy poco tiempo.
P. ¡Ah! En ese caso, doctor Seldon, sus declaraciones no estaban encaminadas a esta deducción. Ha reunido a cien mil personas en los confines de su proyecto. Son insuficientes para cambiar la historia de Trántor en quinientos años. En otras palabras, no pueden evitar la destrucción de Trántor hagan lo que hagan.
R. Desgraciadamente, tiene usted razón.
P

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