La fuente de la autoestima

Toni Morrison

Fragmento

cap-1

Riesgos

Los regímenes autoritarios, los dictadores y los déspotas se caracterizan a menudo, aunque no siempre, por su insensatez, pero ninguno es tan insensato para dar a escritores perspicaces y disidentes carta blanca a fin de que publiquen sus opiniones o sigan sus instintos creativos. Saben que con ello correrían un riesgo. No son tan tontos para ceder el control (manifiesto o artero) de los medios de comunicación. Entre sus métodos están la vigilancia, la censura, la detención e incluso el asesinato de los escritores que informan o agitan a la ciudadanía. Escritores que desestabilizan, que ponen en tela de juicio, que observan de otro modo, con mayor detenimiento. Los escritores (periodistas, ensayistas, blogueros, poetas, dramaturgos) pueden trastornar la opresión social que funciona como una especie de coma en la población, un coma que los déspotas llaman «paz», y restañar la hemorragia de la guerra que excita a halcones y especuladores.

Ese es el riesgo que corren los déspotas.

El nuestro es de otro tipo.

Qué desapacible, invivible e insufrible resulta la existencia cuando se nos priva del arte. Es urgente proteger la vida y la obra de los escritores en situación de riesgo, pero además de esa urgencia tenemos que recordar que su ausencia, el enmudecimiento de la obra de un escritor, su cruel amputación, supone para nosotros un peligro igual de importante. El auxilio que les ofrecemos equivale a ser generosos con nosotros mismos.

Todos hemos oído hablar de países que destacan por la huida de escritores de su territorio. Existen regímenes cuyo miedo a la escritura no sujeta a un control se justifica en el hecho de que la verdad es conflictiva. Es conflictiva para el belicista, el torturador, el ladrón empresarial, el mercenario de la política, el sistema judicial corrupto y para una ciudadanía comatosa. Los escritores que quedan sin perseguir, encarcelar u hostigar son conflictivos para el matón ignorante, el racista taimado y los depredadores que se alimentan de los recursos del planeta. La alarma y la desazón que suscitan los escritores resultan instructivas por ser claras y vulnerables, porque si no se vigilan se vuelven amenazadoras. En consecuencia, la histórica supresión de los escritores es el primer presagio del despojo continuado de otros derechos y libertades que se producirá a continuación. La historia de los escritores perseguidos es tan larga como la de la literatura en sí. Y los intentos de censurarnos, desposeernos, regularnos y aniquilarnos son síntomas claros de que se ha producido algo importante. Las fuerzas culturales y políticas pueden arrasar con todo menos con lo «inofensivo», con todo menos con el arte sancionado por el Estado.

Alguien me dijo en una ocasión que existen dos reacciones humanas frente a la percepción del caos: ponerle un nombre y recurrir a la violencia. Cuando el caos es sencillamente lo desconocido, se le puede poner un nombre sin dificultad: una nueva especie, una nueva estrella, una nueva fórmula, una nueva ecuación, un nuevo pronóstico. También pueden trazarse mapas o inventarse nombres propios cuando elementos geográficos o paisajísticos o poblaciones no los han recibido anteriormente o se les han arrebatado. Si el caos resiste, bien porque se reforma o bien porque se rebela contra el orden impuesto, la violencia se considera la respuesta más frecuente y más racional para enfrentarse a lo desconocido, lo catastrófico, lo salvaje, desenfrenado o incorregible. Las reacciones racionales pueden ser la censura, el encierro en campos de reclusión o cárceles, o la muerte, de forma individual o en una guerra. Existe, no obstante, una tercera respuesta al caos, de la que no he oído hablar: el silencio. Ese silencio puede equivaler a pasividad y estupefacción; o bien a un miedo paralizante. Pero asimismo puede centrarse en el arte. Hay que cuidar y proteger a los escritores que ejercen su oficio cerca o lejos del trono del poder más puro, del poder militar, de la construcción de imperios y de las contadurías, los escritores que construyen significado frente al caos. Y es justo que dicha protección surja de otros escritores. Resulta imprescindible no solo salvar a los escritores asediados, sino salvarnos a nosotros mismos. Si me paro a contemplar, con pavor, la supresión de otras voces, de novelas por escribir, de poemas susurrados o engullidos por miedo a que lleguen a oídos desaconsejados, de lenguas proscritas que perviven en la clandestinidad, de preguntas de ensayistas que cuestionan la autoridad y nunca llegan a plantearse, de obras de teatro que no se montan o de películas que no se ruedan veo ante mí una pesadilla. Como si todo un universo se dibujara con tinta invisible.

Algunos traumas sufridos por determinados pueblos son tan profundos, tan crueles, que, a diferencia del dinero, a diferencia de la venganza, incluso a diferencia de la justicia, o de los derechos, o de la buena voluntad de los demás, solo los escritores logran traducirlos y transformar el dolor en significado para aguzar la imaginación moral.

Para la humanidad, la vida y la obra de un escritor no son un regalo, sino una necesidad.

cap-2

PRIMERA PARTE

La patria del forastero

cap-3

Los muertos del 11 de septiembre

Hay quien tiene la palabra de Dios y quien tiene canciones de consuelo para quienes han perdido a un ser querido. A mí, si consigo reunir el valor necesario, me gustaría dirigirme directamente a los muertos, a los muertos de septiembre. A esos hijos de antepasados nacidos en todos los continentes del planeta: Asia, Europa, África, América; nacidos de antepasados que llevaban falda escocesa, obi, sari, guelé, sombrero de paja de ala ancha, kipá, pieles de cabra, calzado de madera, plumas y pañuelos para cubrirse el pelo. Pero no me gustaría decir una sola palabra hasta haber dejado a un lado todo lo que sé o pienso sobre los países, la guerra, los dirigentes, los gobernados y los ingobernables; todo lo que sospecho sobre las corazas y las entrañas. Primero me gustaría refrescar la lengua, abandonar recursos forjados para conocer el mal: gratuito o estudiado; explosivo o siniestro aunque discreto; da igual que surja de un apetito o un hambre saciados; de la venganza o de la mera compulsión que lleva a ponerse en pie antes de derrumbarse. Me gustaría purgar mi lenguaje de hipérboles, de su impaciencia por analizar los niveles de crueldad; por clasificarlos, por calcular su categoría superior o inferior entre otros de su especie.

Hablar con los destrozados y los muertos resulta demasiado difícil con la boca llena de sangre. Es un acto demasiado sagrado para pensamientos impuros. Y es que los muertos son libres, absolutos; no se dejan seducir por el bombardeo.

Para dirigirme a vosotros, a los muertos de septiembre, no debo acogerme a una falsa intimidad ni h

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos